Les morts trouvés – 1806 à 1825 – Quinta parte

Cherchez la femme – Petiton et Marguerite

En una ocasión, la pista para seguir investigando, si es que se ambicionaba hacerlo, no la ofrecieron los vecinos ni las vestimentas ni los bolsillos de la víctima sino que su propia piel. El 24 de marzo de 1816 se rescató del Adour un cuerpo masculino. Arnaud Haydot, un portefaix que vivía en Rue Pontrique 12 y que llegó hasta Port de Suzeye, dijo saber que el portador de los tatuajes era conocido como Petiton, batelier en el puerto de Bayonne.

Petiton llevaba puestos una camisa, un chaleco de lana oscura, dos pares de pantalones de tela, zapatos, calcetines de lana, un pañuelo a rayas amarillas, azules y rojas en torno al cuello y otro blanco en el bolsillo del chaleco. Fabien Duverdier le asignó a la víctima ”de 43 a 44 años” de edad y sentenció en colaboración con el doctor Cestac que la misma llevaba entre quince y veinte días en el agua. Una vez desnudado, los presentes descubrieron en el cadaver dos tatuajes. El del brazo derecho mostraba un cuerpo de mujer y la cola de una serpiente, el del brazo izquierdo representaba dos corazones y un nombre de mujer: Marguerite.

Se suele decir que un policía y un historiador comparten intereses. Ambos quieren saber ”qué fue lo que realmente pasó”, establecer cómo se dieron las cosas y cómo fue el reparto de responsabilidades en un hecho cualquiera. El objetivo de ambas profesiones es el de reconstruir un proceso determinado. Duverdier constató que el cuerpo de Petiton no mostraba signos de violencia y sentenció que la inmersión en el agua había sido la causa de su muerte. Pero para mí, como historiador, este incidente despierta algunas inquietudes. Por ejemplo, ¿quién era Marguerite? Y sobre todo: ¿había una relación directa entre esa mujer y la muerte del hombre? ¿Estamos quizás frente a un drama pasional?

Cherchez la femme, escribió Alexandre Dumas, registrando así un lema que se convirtió en ingrediente fundamental en toda trama detectivesca. Marguerite no era un nombre tan comun en los libros de difuntos de la época en Bayonne, así que decidí registrar todas las Marguerite muertas a partir de 1815 y durante un par de décadas.

Descubrí que el grueso de las Marguerite muertas en esos años eran niñas, muchachas jóvenes o entonces ancianas. Una era monja ursulina de 73 años, otra estaba casada con un militar, una tercera con un importante comerciante, una cuarta era mendiga y viuda de Julien, ”tambour de ville”, una quinta, muerta a los 70 años, era vecina de piso de Bernard Barbé en 39 Rue Port Neuf, el mismo Barbé que dos años antes había identificado a su desdichada empleada doméstica Dannine. Otra, de 66 años, se encontraba de visita en Bayonne. Quedan pues muy pocas Marguerite posiblemente relacionadas con el brazo izquierdo de Petiton. Marguerite Houtebat, hiladora, nativa de St Esprit en Landes, hija de un vigneron y muerta soltera en Bayonne a los 67 años en julio de 1826 era catorce años mayor que nuestro ahogado. Marguerite Abec, soltera, costurera, habitante en 4 Rue Gosse y fallecida a los 28 años en abril de 1812 era once años menor. No parecen candidatas suficientemente razonables, a diferencia de Margerite Bidau, muerta en agosto de 1813 en el Hospice. Esta mujer tenía 44 años y era apenas mayor que Petiton. También era similar su situación social y económica. Pertenecían al mismo mundo y es muy probable que haya sido ella quien quedó inmortalizada en la piel de Petiton. Pero el comisario Duverdier, que además de ser comisario de policía era farmacista y funcionario del Tribunal, y en ambas ocupaciones cultivaba un cuidado estricto por las cosas exactas en dosis correctas, no tenía ningún interés en buscar a la Marguerite del brazo ahogado. En realidad, seamos sinceros, tampoco tenía motivos para ello. Queda en el aire, de cualquier manera, la idea de un posible drama amoroso, una desgracia sentimental con un trágico desenlace. Aunque quizás, la muerte del pobre Petiton no haya tenido dimensiones tales sino que, simplemente, se haya tratado de un vulgar accidente provocado por la ingesta de vino.

Rue Pontrique

Muchas y muy pobladas eran las calles de Bayonne hace doscientos años, pero algunas tenían evidentemente algo especial, una especie de carga de fatalidad, pues resultaron ser sitio fértil para las tragedias personales. Rue Pontrique era una de ellas. A todas las muertes naturales ocurridas en esta arteria tradicional del Petit Bayonne debemos agregar tres singulares que se dieron entre 1811 y 1814: una por suicidio, una por accidente y otra por asesinato, si bien yo preferiría clasificar la última como asesinato-accidental, o mejor dicho como ”asesinato no intencional” (incluso como ”asesinato por error”). A menos, claro está, que estemos dispuestos a aceptar un hecho moralmente detestable, como dentro de algunas líneas vamos a intuir.

En el número 15 de Rue Pontrique vivían Jeanne Etcheverry y su marido Léon Dabadie, gabarrier. Jeanne y sus 54 años de edad aparecieron flotando en el Nive, justo debajo del Pont Mayou, el 16 de abril de 1811. Su cadaver fue identificado por dos vecinos. Personalmente estoy convencido que se trató de un suicidio, pero Dirassen fue de otra opinión, o entonces pensó lo mismo que yo sin creer necesario reconocerlo en el informe que redactó. Unos pocos pasos más allá del hogar de Jeanne Etcheverry, en el 19 de Rue Pontrique, vivían los padres del comisario Fabien Duverdier. Unos pocos pasos más acá, en el número 12, residía Arnaud Haydot, portefaix amigo de Petiton (fue justamente él que identificó el cadaver tatuado). Enfrente mismo al apartamento de este Arnaud, en el número 11, vivía la familia St Esteven, protagonista de una enorme tragedia. (Pocos años más tarde, en el número 9 de la fatídica calle viviría hasta su muerte en 1863 Marie Riupeyrous, nacida en Baïgorry y prima de mi antepasado Michel.)

Muy cerca de este reducido espacio de Rue Pontrique (lamentablemente Dirassen, que no sabía que doscientos años más tarde yo me interesaría por el tema, no nos aporta el número exacto de la entrada) se encontraba el local de la viuda Bernous, arrendado por Arnaud Barnetche como depósito de comestibles. El acta policial correspondiente nos ubica con precisión en el centro de la escena: ”Le premier août 1814, vers dix heure et demi de soir, nous, Antonin Dirassen, commissaire de Police de la ville de Bayonne, avverti qu’un magasin vient de s’écrouler, nous sommes de suite transporté à l’écourie de la Dame veuve Bernous, Rue Pontrique”. Llegado al lugar, el comisario descubrió ”une quantité considérable de fèves et des haricots, des solives, des planches, deux poutres même brisés et provenant de la chûte des planchers du premier et du second etages”.

Esta situación había sido motivada ”pour les poids des feves et haricots qui avaient été deposés sur les dites planchers”. Se trataba, a primera vista, de una pérdida económica importante para Monsieur Barnetche. Pero pronto quedó claro que la rotura del techo intermedio y el derrumbe de las legumbres era sólo un problema secundario: ”Arnaud Barnetche, tenant l’écurie, nous ayant déclaré vers onze heures qu’un individu était venu lui demander, à tître de charité, de le laisser loger sur son foin, et qu’il avait lieu de craindre qu’il se trouvâit sous le débris”. Media hora tardó pues Barnetche en declarar lo que realmente importaba. Es decir, que debajo de las legumbres y los tablones podría haber un ser humano. Dirassen reaccionó inmediatamente: ”Nous avons de suite fait travailler à l’enlévement de ces débris, des feves et des haricots amoncelés particulièrment sur le point où cet individu étai présumé couché. Après un long travail et vers une heure du matin nous sommes parvenus à découvrir un homme déjà étouffée a qui l’administration des secours praticables n’a pû rendre a la vie.”

Dos horas de trabajo para quitar lo que se había derrumbado nos da una idea de la cantidad ”des feves et des haricots amoncelés”. A esa altura de los acontecimientos y de la noche, y atraídos por la intensa actividad desplegada, en Rue Pontrique se había juntado mucha gente. Pero eran más los curiosos que los voluntarios en la tarea de rescate. Cuando el cuerpo aplastado del hombre finalmente apareció, dos panaderos que estaban en el lugar reconocieron al muerto. Se trataba de Pierre Bac, dit Daloste, panadero de unos 43 años oriundo de Ytrac, Cantal, a pocos kilómetros de Aurillac. El comisario Dirassen se pudo retirar del lugar recién a las dos de la madrugada (estoy convencido que anotó todos los datos horarios para que sus superiores supiesen cuántas horas le había dedicado al hecho). Y cuando Dirassen se marchó a su hogar Barnetche seguía rescatando sus legumbres.

Ni siquiera dos semanas tardó Dirassen en regresar a Rue Pontrique. Lo hizo el domingo 14 de agosto de 1814 a las cuatro de la madrugada. Exactamente ”au milieu de la rue entre les maisons nr 10 et 11” estaba tirado sobre la calle ”un jeune homme privé de la vie”. La víctima vestía como un marinero (pantalon, gilet et veste de drap bleu). También había ”un chapeau de marin assez près de lui”. Etienne Delissalde, doctor en Medicina y cirujano jefe del Hospicio Civil, se inclinó para estudiar el cuerpo. No tardó en descubrir una fuerte fractura de forma triangular en la parte superior del hueso parietal derecho. ”Cette blessure, qui pouvait être l’effet d’un coup violent porté par un instrument contundent, pouvait être plûtot celui de la chûte d’un lieu très élevé”.

Rue Pontrique nr 11. Las ventanas abiertas del último piso muestran la vivienda del marinero Jean St Esteven, muerto al salir de casa

Lo más probable es que la primera reacción del comisario y el doctor, una vez descubierta la fractura craneal, haya sido mirar para arriba. Justamente allí, en el IV piso del número 11 de Rue Pontrique, vivían la víctima y su familia. Delissalde firmó su informe y se marchó a casa en 69 Rue Bourgneuf (era vecino de Fabien Duverdier), a festejar el domingo en familia. Dirassen, enterado por los curiosos que nunca faltan de algunos datos claves, subió al cuarto piso para interrogar a los padres del joven tirado en la calle.

Bernard St Esteven, albañil, y su esposa Marie Jaureguy identificaron al muerto como su hijo mayor, Jean, de 22 años de edad y marino de profesión. Jean había regresado a casa después de las diez de la noche (era sábado) y el padre se lo había reprochado, pues consideraba que lo hacía a menudo. Es de imaginar que el joven no se quedó callado y que se generó una agria discusión (seguramente que no la primera por ese motivo), al cabo de la cual Jean, en vez de irse a dormir como pretendían sus padres, se marchó de casa. Dos minutos más tarde, al salir a la calle, ”un instrument contundent” terminó con su vida.

Más allá de si la relación que los padres tenían con su primogenito era buena, regular o mala (o incluso pésima), es de imaginar el calvario sufrido por ambos, sabiendo que, seguramente sin pretenderlo, habían matado a su vástago y lo habían dejado tirado toda la noche en la vía pública. Imagino que al ver lo sucedido, Bernard St Esteven bajó presuroso a la calle para retirar la prueba del delito, es decir el objeto contundente que le había partido el cráneo a su hijo. Tampoco en este grave, y a mi entender muy claro asunto, la Policía consideró oportuno hacer más preguntas.

Muertes por el honor

El triste fin de Jean St Esteven nos lleva a otro tipo de muertes: los asesinatos y los decesos resultantes por duelos en defensa del honor. Un asesinato en toda regla llevó al comisario Dirassen y al doctor Barat a la fosa del antiguo Moulin de Beyris. Era el 8 de noviembre de 1808 y allí les esperaba un cadaver. Entre sus ropas (vestía entre otras cosas dos gilets: uno de nanking à manches y el otro de tela negra) los representantas de la autoridad encontraron una gran cantidad de objetos y de muy variado tipo: un par de calcetines, un par de zapatos, dos bolsas de cuero con tabaco, dos pipas, un encendedor, un ecu de tres livres y cuatro sols, ”plusieurs cartes à jouer, une bande à soigner avec un etui contenant quattre lancettes, une requisition du maire d’Arbonne concernant les transports militaires, une lettre adressé au Sr Duhart, officier de santé à Arbonne, une lettre de voiture pour l’expédition de trente trois futailles sur onze charrettes d’Arbonne pour Irun”.

La identificación fue relativamente fácil: ”La visite exacte du cadavre la fait reconnaître pour être celui de Duhart, fils aîné du chirurgien d’Arbonne exerçant le même état sous la direction de son Père”. La víctima mostraba ”trois plaques transversales entre le nez et le menton, d’une quatrième à la racine du nez, d’une cinquième sur le partie latérale droite de la tête, d’une sixième au dessus de l’oreille gauche, de cinqs autres sur le derriere de la tête, toutes faites avec un instrument tronchant qui pouvait être un sabre. A côté du cadavre encore ce sont trouvés un fourreau de sabre, un mouchoir et un couteau. Les renseignements que nous avons recueillis n’ont pû noues mener à la découverte du crime dont le dit Duhart a été la victime.” Nada más se pudo saber del caso.

Una semana más tarde, el 15 de noviembre, fue encontrado sin vida un militar. Se llamaba Edouard Norbert Lejosne, era brigadier, nativo de Abbeville, tenía 25 años y todo parecía indicar que había participado en un duelo, defendiendo su honor y perdiendo su vida.

El 9 de diciembre de 1812, la policía del barrio St Léon le hizo saber a Dirassen que un militar se encontraba gravemente herido cerca del Seminario. Cuando el comisario y sus acompañantes llegaron al lugar comprobaron que el hombre ya había expirado. El abbé Duproy, director del Seminario, le entregó a Dirassen varias vestimentas (entre otras cosas una capa de cannonier) y otros objetos (”deux montres en argent, deux boucles d’oreille, une bague en or, deux pièces de cinq francs, en ecu de six livres dans une ceinture qu’il nous a dit avoir retiré a fin de les mettre en lieux de sûreté”). Cestac estudió el cadaver concienzudamente y encontró una herida penetrante de alrededor de un centímetro de abertura ”faite avec un instrument pointu et tronchant”. El golpe había ”causé une hemorragie suffisante pour faire périr immediatément l’individu”.

Marie Leroy y Anne Rapinat, ”lavandieres qui se trouvaient occupées dans un lavoir voisin, nous ont declaré avoir vu, un peu avant dix heures, quattre militaires qui leur ont paru être des cannoniers, l’un portant une capotte bleu, tous inconnues d’elles. Elles ont ajoûté que, croyant appercevoir que deux allaient se battre, elles se sont approchées pour l’empêcher; mais qu’alors et dans le premier instant du combat elles ont vu l’un d’eux tomber, ce qui les a décidées à hâter leur marche pour le secourir et qu’alors les trois autres ce sont enfuis avec précipitation sans qu’elles aient pû les distinguer”. Nadie más pudo aportar datos sobre el caso y también la muerte del cannonier se cerró sin aclarar.

Asombra un poco un comentario de Dirassen en ocasión de un muerto encontrado en los jardines de Mousserolles el 22 de enero de 1810. Se trataba de un joven con una herida profunda en el pecho. ”Tout annonce que cette mort est la suite d’un duel”, concluyó el comisario, ”mais personne n’a pû nous indiquer positivement l’auteur du coup que nous nous proposons de rechercher ultérieurement a fin de le faire pounier conformément aux lois”. Esta voluntad expresa por parte de la Policía de encontrar al asesino y hacerle pagar su crimen es una verdadera excepción y nos recuerda la ambición de castigar a Madeleine B por haber tirado a su hija recien nacida en la letrina de 1 Rue Gosse.

A fines de ese mismo año 1810 Dirassen tuvo oportunidad de estudiar ”à l’extrémité des Glacis de Mousserolles du côté de la Nive” un cadaver extendido sobre la hierba: ”a un tres petite distance de lui étaient une épée avec poignée de dragonne en or, le ceinturon de peau vert garni en or, une seconde épée à poignée d’ébène noir, montée à la Romaine avec un cheval marin. Assez près encore un habit, un gilet d’uniform d’Infanterie légère avec épaulette, contrépaulette en argent et des boutons portant numéro douze et une lévite de drap bleu. Un peu plus loin et plus haut étaient deux pistolets déchargés et sur le même plateau, assez près, deux papiers à carton, l’un contenaient une balle”.

El estudio médico demostró que el cadaver tenía una herida de bala de unos quince milimetros. El proyectil había afectado el corazón y luego había salido por detrás. ”La nature de la blessure, les armes trouvées près du cadavre annoncent qu’il a été tué dans un combat singulier.” Dos comandantes del Regimiento de Infantería Ligera identificaron a la víctima como Louis Robert, nativo de Tarascon, sobre el Rhône, teniente y comandante del Regimiento de Infantería Ligera № 12. Se trataba del mismo cuerpo militar al cual pertenecía el joven soldado que, intentando rescatar su zapato caído al río, había muerto ahogado. Aquel soldado había muerto camino a la guerra en España, su comandante Louis Robert al regreso de la misma. También en este caso, Dirassen se comprometió ”à la poursuite des auteurs de sa mort”.

Marcos Cantera Carlomagno

Universidad de Lund, Suecia

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