Les morts trouvés – 1806 à 1825 – Sexta parte

Muertes con final injusto

La muerte es inevitable. Más allá de eso, puede también ser esperada o inesperada, temida o por el contrario deseada, incluso por quien la tiene que vivir. A veces, la muerte puede ser injusta. Siguiendo el curso del río Nive, debajo del Pont de Ronde, un vivo y un muerto esperaban al comisario el lunes 19 de mayo de 1811. El muerto, ahogado, era Jacques Ingrand, capitán del Regimiento de Infantería de Línea № 88, nacido en la lejana Pont sur Yonne 41 años antes. ”Après avoir fait retirer son habit d’uniforme, son épée et sa decoration de Légionnaire (…) nous avons pour servir è son inhumation dressé ce procès verbal”. Llama la atención la prisa de Dirassen. Quizás, teniendo en cuenta que un alto oficial del Ejército francés había elegido suicidarse vestido con su uniforme, su espada y su decoración de legionario, es decir con todos los símbolos de su honor personal, lo mejor era echarle la culpa al Nive y finalizar así el trámite. (El uniforme, la espada y la decoración de legionario fueron entregadas a las autoridades militares, el cuerpo fue inhumado en el cementerio local.

Más injusto aún es el destino del cuerpo rescatado del Adour a la altura de Mousserolles el 8 de noviembre de 1812. El ahogado vestía un uniforme militar con botones del vigésimoquinto Regimiento de Dragones, portaba galones de Maréchal de Logis y una decoración de la Legión de Honor. La documentación en los bolsillos confirmó todos esos datos y llevó a los investigadores a pensar que el oficial había estado de servicio en los campos de batalla de España. Pero hay en este caso algo que llama poderosamente la atención, y es que nadie mostró interés alguno en averiguar el nombre del muerto a pesar de todos los datos a disposición. Algunas preguntas parecen obligadas luego de más de dos siglos. Por ejemplo, ¿cuántos Maréchal de Logis con la Legión de Honor pertenecientes al Regimiento de Dragones podía haber en ese momento en Bayonne? ¿Por qué las autoridades policiales no tomaron contacto con sus colegas militares para identificar el cadaver de tal ilustre muerto? Debido a esa indolencia por parte del comisario Antonin Dirassen, el héroe del Ejército francés pasó a la historia como ”Cadavre d’homme inconnu trouvé noyé”. Se merecía más respeto.

Dos muertes interesantes

En las páginas precedentes hemos visto muchos tipos de muertes: algunas de ellas debidas a la imprudencia de quien entra al río para bañarse sin saber nadar; otras por accidente o por simple mala suerte; algunas por asesinato y varias otras como consecuencia de disputas por el honor. No podían faltar a la cita fatal con el destino las muertes relacionadas con la depresión o el consumo abusivo de alcohol, las muertes buscadas y aquellas llegadas en forma totalmente sorpresiva; las ocasionadas por el fuego y las causadas por el frío. Tampoco faltaba el toque de internacionalismo propio de esa Bayonne cosmopolita, con muertos franceses, alemanes, polacos, españoles, portugueses, daneses, norteamericanos, italianos y hasta un marinero africano para poner una nota de color. Allí, en los altos de Chocolatería Cazenave (19 Rue Port Neuf), murió incluso el madrileño Don Narciso Rubio, relojero personal del Rey de España, durante su visita en la ciudad.

Aquí falleció el relojero personal del Rey de España durante una visita a Bayonne

Pero hay un par de muertes que quisiera resaltar como broche de esta reseña. Se trata de dos casos interesantes, que dejaron algunas interrogantes sin respuesta a pesar de la contundencia del informe médico.

El 22 de septiembre de 1821, temprano de mañana, el comisario Pierre Soulez-Lacaze, sucesor de Fabien Duverdier desde hacía poco más de seis meses, recibió la noticia de la existencia de un cuerpo ”trouvé mort au pied du bastion du Château Vieux en face de l’Evêché”. Se trataba de Salvat Harambouru, de alrededor de 16 años de edad. El doctor Cestac, que a esas alturas estaba colaborando con ”su” tercer comisario después de Dirassen y Duverdier, no encontró en el cadaver huella alguna de violencia física, más allá de las esperables tratándose de una caída tal. Resulta quizás un poco sorprendente que el veterano cirujano, con cuarenta años de experiencia laboral, primero como ”chirurgien de mer” y luego en calidad de ”chirurgien de la ville et des prisons” en Bayonne, estuviese tan seguro de que el joven hubiese ”mort de la commotion que le cervau à éprouvé en tombant”… La pregunta clave, creo, es si se trataba de un crimen, de un suicidio o si Salvat se había caído por accidente. ¿Había quizás testigos de lo ocurrido? Evidentemente, el trabajo policial de aquellas épocas era muy diferente a lo que es en la actualidad, pues aun sin tener acceso a todo el arsenal tecnológico que poseemos hoy era de suponer que el comisario de policía responsable del orden público en una ciudad del tamaño de Bayonne no debería haberse limitado a constatar la identidad de la víctima. Soulez-Lacaze no puso objeciones al insólito dictamen médico y el trámite quedó finiquitado.

Otra muerte ”interesante” fue la de Jean Marie Haenel, descubierta el 12 de enero de 1807 apenas pasadas las diez de la mañana. Haenel, de unos 30 años de edad, era nacido en Lübeck y residía en Bayonne, en donde trabajaba como interprete de la Marina. El agente de policía Etienne Labadie y el doctor Etienne Delissalde se dirigieron a la vivienda de Haenel, ubicada en 14 Rue Port Neuf (en cuya planta baja se encuentra hoy Maison Pariès, a contados pasos de donde moriría Don Narciso Rubio, Relojero Real, y a metros de donde vivía la familia de Monsieur Barbé y su desdichada doméstica Daninne).

Tercer piso. El cuerpo de Haenel estaba ”sur un lit, appuyé sur son côté droit et ayant un doigt de sa main droite dans la bouche.”

Los representantes del orden público fueron recibidos por Jean Datjen, quien los llevó al tercer piso. Al entrar en la habitación del muerto, Labadie y Delissalde descubrieron un cadaver ”sur un lit, appuyé sur son côté droit et ayant un doigt de sa main droite dans la bouche. Le dit Sieur Delissalde s’étant livré à l’examen du dite cadavre pour decouvrir la cause du decès violant du dit Haenel, il nous aurait dit n’avoir point remarqué sur son corps aucune trace de meurtrissure ni contusion mais qu’il suppose sans pourtant pouvoir l’affirmer que le dit Haenel est décédé par suite d’une indigestion ou d’un coup d’apoplexie”.

Y continuó escribiendo Labadie: ”Ayant interrogé les personnes qui entouroient ordinairement le dit Sr Haenel, le dit Sr Datjen nous a dit que le tant en ménage avec le dit Haenel, servis par un fille domestique, le dit Haenel s’etait plein depuis trois-a-quatre jours d’avoir son estomac embarrassé, qu’il avait remarqué qu’il ne mangeait pas comme de coutume, que hier au soir onze du courant vers dix heures il s’etait retiré, avait pris deux bolles de te et fummé deux cigarres; qu’il se serait retiré dans sa chambre a dix heures et demi sans avoir soupé, et que ce matin vers les dix heures le Sieur Pierre Bellocq, son perruquier étant venu pour accomoder le dit Haenel et ayant trouvé la porte de sa chambre fermée en dedans il aurait frappé a plusieurs reprises, mais voyant qu’il ne pouvait le faire entendre, le dit Bellocq se serait adressé a lui déclarant qui égallement ayant essayé en vain de se faire ouvrir aurait été obligé de faire venir un serrurier pour enfoncer la serrure, ce qui ayant été fait.”

Resulta fácil imaginar el revuelo de gente ocasionado en el inmueble debido a la puerta cerrada con llave del interprete alemán. Finalmente, un cerrajero logró abrirla: ”Entrés dans la chambre, ils auraient trouvé le dit Haenel mort dans son lit, ayant un doigt de sa main dans la bouche et son vase de nuit sur le bord de son lit, ce qui annoncerait que le dit Haenel aurait voulu vommier. La dite fille domestique nommée Dominica Durruthy, que nous avons interrogée sur les circonstances de cet événemant, nous aurait répeté la même déclaration que nous a faite le dit Sieur Datjen, et elle aurait ayouté que le dit Sieur Haenel lui aurait suivant dit que lorsq’il sentait l’estomac chargé, il n’était pas dans l’usage de prendre des remedes, qu’il lui suffisait pour le soulager de mètre son doigt dans la gorge”.

Interrogados Datjen y la doméstica, el representante policial interrogó a Bellocq, le perruquier, quien contó la misma historia y el mismo descubrimiento del cuerpo sin vida de Haenel en la misma posición con el mismo dedo en la misma boca. Salvo Dominica, que no sabía escribir, firmaron el acta Labadie, Delissalde, Bellocq y Datjen. Acepto la teoría de que Haenel, sintiéndose mal y fiel a su ”método”, hubiese querido provocar vómitos ¿Pero cuál fue la verdadera causa de muerte? ¿Un paro cardíaco quizás? La pregunta es válida, pues nadie vomita acostado…

Morir con la puerta cerrada

Si alguien quisiese reorganizar la estructura de este trabajo agrupando de otra manera los tipos de muertes, podría perfectamente incluir una categoría titulada ”Morir con la puerta cerrada”. Para poder entrar en el apartamento de Haenel, hubo que llamar a un cerrajero. Lo mismo se debió hacer cuando Jean Baptiste Morel-Belcourt, el culottier nacido en Lyon, se pegó un balazo en la boca en su vivienda de 41 Mayou. Antes de eso, el 7 de junio de 1807, hubo que forzar la cerradura de Jeanne Borgelas, porteuse d’eau que alquilaba una habitación del segundo piso de 4 Rue Gosse. En el mismo edificio vivía y murió, cinco años más tarde, Marguerite Abec, costurera soltera de 28 años sobre quien hemos hablado en ocasión de ”la Marguerite” tatuada en el brazo de Petiton (pregunta inquietante: Marguerite Abec, ¿había ”heredado” el apartamento de Jeanne Borgelas?). A dos pasos de allí, ”en la letrina de enfrente”, 1 Rue Gosse, asesinó Magdelaine B. la hija que tuvo a las 5 de la mañana el 19 de agosto de 1811. En cierto sentido, esta parte de Rue Gosse nos recuerda la carga de fatalidad propia de Rue Pontrique o de Rue Port Neuf.

La visita a 4 Rue Gosse en junio de 1807 marcó el debut de Antonin Dirassen como comisario de Policía de Bayonne. Hasta ese momento, sus funciones habían sido desempeñadas por el agente Etienne Labadie. Seguramente que por eso, Dirassen se trasladó hasta el domicilio de la porteuse d’eau en compañía de su antecesor. Siguiendo el protocolo, los policías llevaron también a Bertrand Barat, cirujano de prisiones. En realidad, el aviso a las autoridades había estado motivado por la preocupación de los vecinos más cercanos de la mujer, pues ”Jeanne Borgelas, renfermée dans sa chambre, n’en avait pas encore ouvert la porte après onze heures et demi du matin”. El dato dice mucho sobre el grado de control que la gente tenía con respecto a lo que sucedía en su entorno inmediato. Los vecinos sabían perfectamente las costumbres de todos los habitantes del inmueble, sus horarios y costumbres, sus idas y venidas, y podían detectar rápidamente si algo no estaba bien.

Dirassen, Labadie y Barat solicitaron a Joseph Joulin y Jean Barbé, vidriero de profesión y muy probablemente hermano del desdichado Bertrand Barbé, de ser testigos de lo que estaba por acontecer. Se golpeó a la puerta, se llamó en voz alta a Jeanne (”ayant longtemps inutilement appellé cette femme”) y como no hubo respuesta, Dirassen mandó traer a un cerrajero. Jean Dillan, que así se llamaba el mismo, abrió la cerradura y finalmente se pudo entrar. Jeanne Borgelas estaba tirada boca abajo sobre el piso. El cuerpo, y en especial ”la partie supérieure de la poitrine de la dite Borgelas étaient livides et violets”. Seguramente que bien informado por los vecinos presentes, y apoyándose en el color de la difunta, Dirassen escribió que ”cette femme ce livrait a un usage immodéré des liqueurs”. No le resultó difícil emitir un juicio sobre lo sucedido: ”nous avons jugé que l’effet de la boisson et la chûte sur le visage (…) ont du occasioner sa soffocation”.

Jeanne Borgelas, que al igual que la mayor parte de los protagonistas de estas historias tampoco era nativa de Bayonne, rondaba los 60 años de edad. Su padre, ”mort depuis longtemps”, había sido marino. No había nadie en la ciudad que se pudiese encargar de los restos de la difunta ni de sus pertenencias. No encontrando motivos de delito, Dirassen elevó su informe (”contenant deux pages à chacun d’elles”) al representante del Estado Civil para tramitar la inhumación del cuerpo, y al Juez de Paz de Bayonne, ”a fin de veiller a la conservation du peu de meubles qui se sont trouvés dans la chambre de la dite Borgelas”. Todos los presentes firmaron el acta, salvo Jean Dillan, el cerrajero, que dijo no saber escribir.

Como reflexión

Los libros de decesos ofrecen una lectura interesante, plena de anécdotas sobre la existencia cotidiana y muy pedagógica a la hora de imaginar (recrear, reconstruir) la vida en una sociedad. No creo que Bayonne, más allá de sus características propias como dinámica ciudad porturaria, represente una excepción, si bien antes de asegurar tal cosa habría que estudiar los libros de decesos de otros sitios comparables a fin de delimitar semejanzas y diferencias. Pero las costumbres, los hábitos, las vestimentas, los oficios y demás ingredientes en la existencia de las personas no pueden haber variado radicalmente entre, digamos, Bayonne, St Malo o La Rochelle, por tomar tres ciudades portuarias en la costa occidental francesa. Y es en este aspecto que el texto que aquí finaliza ofrece su mejor capital: el de ayudar a un lector contemporáneo a imaginar el día a día en una ciudad que, en más de un sentido, poco ha cambiado en los últimos doscientos años.

Marcos Cantera Carlomagno

Universidad de Lund, Suecia

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