Morir por mala suerte
Dentro del grupo de los muertos vestidos, que era el más importante cuantitativamente, podemos hacer una nueva distinción. Por un lado tenemos a los accidentados, en su gran mayoría víctimas del consumo de alcohol. Este dato es clave y explica porqué tantos marineros caían al agua. A veces, aunque muy pocas, el comisario de turno anotaba en su Procès verbal que alguien ”s’était noyé en allant à bord etant pris du vin”… A esta categoría pertenecían otros grupos de personas que, ebrias, terminaban en el agua.
Pero dentro de la sección ”Tombés dans l’eau” estaban, también, quienes morían por una banalidad, por un mal cálculo o por una desmesurada mala suerte. El miércoles 23 de agosto de 1820, un joven de unos 25 años de edad, conocido como Peillo y nacido en St Jean de Luz, caminaba por la orilla del Nive. Vestía camisa y pantalones de tela negra, gilet rojo, calcetines y zapatos. En sus bolsillos atesoraba dos monedas de seis livres cada una, una de dos francos y otra de un franco, además de algunas de menor valor. También tenía un pañuelo en quadrillé blanco y rojo ”et un couteau à plusieurs lames”.
Al pasar por donde estaba amarrado el navío Le Lézoud, Peillo se detuvo. Quizás su intención fuese, justamente, ir allí ese día, pues tenía conocidos a bordo. El joven subió a la nave para ”prendre un caffè” y conversar. Un café, una charla con amigos, un pequeño capital en el bolsillo y el sol del verano tienen la virtud de agitar el espíritu y despertar la sed de aventuras, especialmente si se es joven. No sabemos los planes que Peillo tenía para ese día, aunque no es difícil imaginar que se sentía rebozante de fuerzas y vida. Con la autoestima en su cenit, el joven decidió hacer algo arriesgado ante la vista de sus amigos. Quizás no lo pensó demasiado, pero el hecho es que al abandonar el barco, saltó de una canoa a otra. No logró su objetivo y cayó al agua (Duverdier escribió que Peillo ”s’est laissé tomber dans la Nive en passant d’une canot dans une autre embarcation”). A pesar de los esfuerzos de los presentes, el joven no pudo ser rescatado. Su cuerpo fue encontrado flotando nueve días más tarde y llevado a Port Suzeye, en donde Duverdier y el doctor Cestac lo estudiaron detenidamente. Las monedas, ”le couteau à plusieurs lames” y el pañuelo en quadrillé blanco y rojo seguían en su lugar.
Casi exactamente doce años antes, el 31 de julio de 1808, habían sido remolcados a Port de Suzeye los restos de un soldado del Regimiento de Infantería Ligera № 12, encontrado la misma mañana en el Adour a la altura de Mousserolles. El número 12 en los botones de su uniforme delataban su pertenencia. Interrogados dos sargentos de dicho Regimiento, le respondieron al comisario que por un motivo no especificado ni justificado no podían darle el nombre de la víctima (”nous ont assuré qu’ils ne peuvent nous fournir les renseignements dont nous aurions besoin”). De cualquier manera, los sargentos accedieron a declarar que el soldado en cuestión se había ahogado dos días antes, a pocas horas de que su batallón partiese para la guerra en España. La tragedia había tenido lugar a la altura del Pont St Esprit y el soldado había caído al río ”en voulant rattraper un soulier qui lui échappait dans l’eau”.
Peillo y el infortunado soldado de Infantería perecieron al caer al agua. Peor suerte, si es que se pueden aceptar distinciones en este tema tan trágico y definitivo, fue la que tuvo Jean Roché, un soldado del Regimiento de Infantería Ligera № 34 nacido en el Departamento de la Charente. Roché, que tenía 19 años de edad, murió el 27 de noviembre de 1813 en Rue Port Neuf, y más precisamente ”dans les letrines de l’ancien Couvent des Carmes”. Según el comisario Antonin Dirassen, antecesor de Duverdier, el joven pereció ”malgré la promptitude des secours que nous avions cherché a lui faire donner”. Para el desdichado Roché, la guerra y la vida habían terminado antes de siquiera empezar.
Dirassen escribió en su verbal que Roché ”a été trouvé mort sans que son décès peut être attribué à d’autre motif que la soffocation provenant de son immersion dans les màtieres fécales”. A pesar de lo extraño del caso, no estamos frente a una excepción pues durante el período estudiado hay por lo menos tres muertes en letrinas. Veamos otra: el 13 de marzo de 1815, el mismo comisario Dirassen se dirigió ”sur le borde du cloaque existant à l’extrémité des Glacis vers le quartier de Lachepaillet, entre les maisons de Janin et Laferriere, où, vers quattre heures du soir”, varias personas le habían presentado un cadaver ”apperçu vers une heure et retiré vers deux heures” de la letrina que allí había. Los testigos dijeron ”ignorer absolument” cuándo y cómo la víctima había caído allí.
Varios vecinos, habitantes de las casas de Janin et Laferriere, identificaron al muerto como Jean Harcout, ”laboureur, âgé d’environ trent’huite ans, habitant en son vivant dans la maison de Beiris, présent quartier de Lachepaillet, non marié”. El doctor Jean Lavie estudió el cuerpo y comprobó que no había rastros de violencia física. El fin de Jean Harcout se debió, oficialmente, ”à la soffocation résultant de sa submersion”.
No era la primera vez que Dirassen tuvo que ir a esa zona de Bayonne por una muerte singular y es muy posible que aun recordase un extraño caso ocurrido allí seis años antes. El 17 de mayo de 1809, Dirassen y Bertrand Barat, cirujano de prisiones, se trasladaron al quartier de Lachepaillet y ”à l’etang du Moulin dit de Donzac, appartennant à la Dame veuve Fourcade”. Allí, ”au dessus des écluses”, flotaba un cadaver. Se trataba de Pierre Hinze, llamado St Pau, de unos 60 años de edad. Harambouru, el molinero, y Larroulet, un negociante presente, lo conocían bien. Larroulet le dijo a Dirassen que había visto a la víctima el día anterior en el centro de Bayonne y que le había prestado sesenta francos ”en pièces de cinq francs” para pagar los impuestos. Hacia las nueve de la noche, Hinze había ido al molino, golpeado a la puerta y pedido entrar. Pero como Madame Harambouru se estaba por acostar y sentía ”violentes douleurs”, el molinero ”lui répondit qu’il ne pouvait, dans le moment, ouvrir la porte”.
Hinze no insistió y el molinero pensó que el hombre se había marchado. Estaba equivocado, pues Hinze había decidido pasar la noche allí mismo, acostado en una de las paletas del molino. Al otro día, temprano de mañana y como hacía todos los días, Harambouru ”a empêché le jeu du rouet sur lequel il se trouvait”. Todavía dormido, Hinze cayó al agua y se ahogó. En su bolsillo, Dirassen encontró sesenta francos ”en pièces de cinq francs”.
Quizás menos claro, a pesar de la opinión terminante del comisario, fue el hecho que desembocó en la muerte de Pierre Bergez, llamado Toulouse. Pierre había sido obrero del Hotel de la Monnaie y vivía con su familia en el tercer piso de 19 Rue Passemillon, que hoy es uno de los edificios mejor mantenidos de esa calle.
Dirasssen y sus acompañantes lo encontraron ”assolument sans vie”, es decir que ya no podía estar más muerto. Bergez estaba tendido con varias fracturas en el cráneo en el patio interno del edificio. Jeanne Desmaïs y Marie Berges, esposa e hija respectivamente del finado, declararon que en torno a las tres de la mañana estaban hablando en casa cuando en determinado momento Pierre había salido a la galería: ”un instant après, elles ont entendu le bruit de sa chûte dans la cour sans qu’elles ayant pû en connaître la cause immédiate”. Luego de estudiar las circunstancias y las declaraciones de las mujeres el motivo de la muerte de Bergez le parecó a Dirassen ”absolument exacte”. Preguntas tardías al comisario: la balustrada en cuestión, ¿estaba rota y esa rotura había causado la caída de la víctima al vacío o estaba por el contrario entera y en ese caso es posible pensar que Bergéz se había tirado voluntariamente?
Desgracia y milagro del Bateau de Bidache
La muerte es individual (”uno siempre muere solo”, cantaba el italiano Fabrizio de André en los años 70) incluso cuando se muere junto a otros. La más importante de este tipo de tragedias colectivas en Bayonne fue protagonizada por los pasajeros del Bateau de Bidache, nave de transporte regular de carga y pasajeros, cuando la misma chocó contra la base del Pont St Esprit la muy brumosa madrugada del lunes 27 de agosto de 1821.
El naufragio del Bateau de Bidache suscitó la participación de todas las embarcaciones presentes en la zona. Dieciocho cadáveres fueron rescatados según el parte policial. Quince eran mujeres y niñas. La tarea de reconocimiento fue exitosa y sólo tres náufragos quedaron sin identificar: un niño y dos mujeres, de las cuales una tenía en el bolsillo izquierdo de su abrigo un libro de plegarias en vasco. El comisario Pierre Soulez-Lacaze escribió: ”Le même jour, nous a été représenté un cadavre, qui fut reconnu par le patron du bateau pour être celui de Marguerite de [la localidad de] Bardos, domicilié à Bidache commissionnaire dudit lieu, vivant avec un batelier nommé Baptiste Le Borgne”.
Es fácil imaginar la escena, los gritos, el pánico, la desesperación de quienes se ahogaban y quienes intentaban rescatarlos, el ir y venir de barcas, el olor a muerte mezclado con la niebla espesa. En el medio de esa batahola, un canasto de mimbre flotaba inocentemente sobre el agua. En su interior había un niño de tres meses. No lo sabía nadie aún, pero era el hijo pequeño de la citada Marguerite de Bardos.
Uno de los militares que participaban en las tareas de rescate vio el canasto, se acercó, descubrió al niño y lo rescató. El archivo del Hospital de Bayonne informa ese mismo 27 de agosto de 1821: ”Enfant de sexe masculin. Cet enfant a été sauvé du naufrage survenu à l’un des bateaux de Bidache. Mis en nourrice à Hastingues le 30 août 1821.” Se trataba de Jean, nacido tres meses antes (22 de mayo) en Bidache e hijo natural de Marguerite Monguillot, de 24 años.
Muerta su madre, el pequeño Jean quedó literalmente solo en el mundo. Así lo atestiguaron varias instancias oficiales, entre ellas el propio maire de Bidache. En uno de los documentos se afirma incluso que el pequeño huérfano había quedado ”sans parents et sans nul moyen de subsistance” y se solicita que fuera mantenido en el Hospicio Civil de Bayonne ”pour y être entretenu comme enfant abandonné (…) que la charité y a fait recueillir à l’instant même de la submersion de sa mère. El pequeño Jean Monguillot, protagonista central de este drama, pasó a vivir en el Hospicio sin saber los motivos ni la historia detrás de su destino. Años más tarde fue adoptado, se casó, enviudó, se volvió a casar y fue padre de ocho hijos. Murió el 21 de febrero de 1906.
Evitar la palabra maldita
Entre los cientos de casos de ”trouvé noyé” y ”trouvé mort” registrados entre 1806 y 1825 abundaban, aunque casi nunca se dijese explícitamente, las muertes ocasionadas por el alcohol. El juicio de Dirassen cuando un mendigo desconocido fue encontrado muerto en la vía pública el 1 de noviembre de 1808 fue corto y contundente: ”Inconnu trouvé mort, mendicant.” Agregó luego: ”La mort de cet homme a été l’effet d’un excès dans le manger e sourtout dans la boisson qui a occasioné sa chûte”. Pero si bien el alcohol y los accidentes tuvieron su respetable cosecha de vidas, estoy convencido que los suicidas formaban un grupo no menor. Y a pesar de eso, la palabra ”suicidio” aparece explícitamente sólo tres veces durante estos veinte años.
Por lo general, el comisario actuante declaraba que el cuerpo rescatado del agua ”est tombée par accident dans la rivière”, a pesar de no saber cómo se habían dado las cosas. No encontrando signos evidentes de violencia física, los informes policiales sostenían, con algunas variaciones, que ”le cadavre a été reconnu exempt de toute blessure et contusion et ne porter d’autres signes que ceux de la submersion qui a causé sa mort”.
Según la versión oficial, las personas caían pues accidentalmente al agua y morían debido a la submersión. Se trataba de una ”construcción argumental” usada incluso cuando se estaba frente a un claro hecho de suicidio, con presencia de testigos incluida. La adversión a usar esa palabra que la Iglesia había considerado desde muy temprano como ”pecado imperdonable” llevaba a las autoridades a crear un relato más o menos fantasioso en el cual se separaba la causa del efecto. El 2 de mayo de 1797, Cathérine Goyenetche, segunda esposa de mi familiar Jean Riupeyrous, se suicidó tirándose al Nive a la altura de Leispars en Saint-Etienne de Baïgorry (es decir el mismo río en el cual tantas personas terminaron su vida en Bayonne). Jean Harismendy, maire de Baïgorry, se dirigió en compañía de un médico al lugar en donde yacía el cuerpo rescatado del agua y escribió un largo informe cuyo objetivo era el de darle a la muerte de la ahogada el caracter de accidente. Cathérine estaba preparando el almuerzo en su casa, escribió Harismendy, cuando salió al jardín y se acercó al río. Entonces, debido a que faltaba ”un morçeau de terre”, la mujer había tropezado y caído en el agua…
Los comisarios y médicos de Bayonne a lo largo del período estudiado (aunque también antes y después) eligieron en la medida de lo posible darle a la decisión de una persona de terminar con su vida un caracter meramente accidental.
Marcos Cantera Carlomagno
Universidad de Lund, Suecia